MASSIMO
— Necesitaban una esposa, les di una. ¿No les sirve? Entonces resuélvanlo —zanjo con un tono que no admite discusiones.
No me molesto en bajar la voz ya que no hay nadie más en casa aparte de mí que no sea Sienna, que ahora mismo está durmiendo como un bebé. Literalmente, le di un calmante que la dejó plantada en la cama. Como si la dosis hubiera sido para dormir a un caballo, porque en realidad, lleva durmiendo más de diez horas seguidas.
No voy a fingir que no he ido un par de veces a chequear que aún estuviera respirando. Aunque ahora mismo no sé si esperaba que lo estuviera haciendo, o si muy en el fondo esperaba que hubiera muerto. Tal vez así me ahorraría un par de problemas que tengo encima.
Se oye un breve silencio a través de la línea y luego un largo suspiro.
— Así es, necesitábamos una, y esa era Antonella Valieri. No la desconocida que, por cierto, nunca te dignaste a presentarnos.
Esa “desconocida” estaba encerrada en una jaula. Pero por supuesto, no puedo decirl