Las puertas del ascensor se abrieron. Un hombre estaba dentro, de pie, y al verlos, apenas asintió con la cabeza.
—¿Ya estás aquí? —sus palabras fueron breves, como siempre. Jamás daba la impresión de disfrutar la compañía de nadie. Kylie y Reegan salieron del ascensor.
—No le hagas caso al secretario jefe —murmuró Reegan en el oído de Kylie—. Ya sabes cómo es. Es igual conmigo. Aunque, para ser justos, desde que se casó, se ha suavizado un poco. —Soltó una risa baja, hasta que el secretario lo interrumpió.
—¿Hasta dónde piensas escoltarla?
El tono del secretario fue cortante.
Maldita sea, me descubrió. Supongo que ya no me necesitan aquí.
—Muy bien, señor. Me retiro. —Reegan le lanzó a Kylie una última mirada—. Mantén la cabeza en alto.
Kylie apretó los puños y le dio las gracias en silencio antes de verlo marcharse. Una vez más, Reegan solo pudo observar cómo su figura se desvanecía al alejarse.
El secretario no dijo nada más. Pero cuando se detuvieron frente a la oficina del presid