Todo dependía de la sinceridad… o de lo que fuera eso. Así fue como Kylie regresó a casa, completamente derrotada.
En su situación actual, esperar sinceridad de aquella joven o del presidente era solo un sueño. Hermoso, sí, pero irreal. Kylie por fin lo aceptó. Después de todo, ella era la única que seguía siendo atormentada por el odio. La que había causado las heridas —esa joven— ya vivía libremente, cantando sin el menor peso en el corazón.
Y así, Kylie decidió hacer las paces con los restos de su antiguo rencor.
—¡Buenos días! —saludó, mostrando una sonrisa radiante a todos a su alrededor. Algunos le respondieron con calidez, mientras que otros la miraron con desconfianza, preguntándose en silencio cómo se atrevía a volver después de todo lo que había pasado.
—Buenos días —repitió, sin rendirse, aunque las palabras se sintieran torpes en su lengua.
Tres días pasaron entre la incomodidad y el silencio. Más incómodos incluso que el día en que pisó por primera vez la mansión principa