Al día siguiente, dentro de la sala de reuniones de la sede del Grupo Alexander, la atmósfera era tensa. Aunque la expresión del Sr. Alexander se mantenía tranquila como siempre, todos sentían la presión en el aire. Nadie quería cometer un error o entregar un informe que pudiera decepcionarlo.
Era la reunión mensual: el momento en que los CEOs de cada filial presentaban sus avances. Uno a uno hablaban, mientras las diapositivas cambiaban en la gran pantalla, mostrando cifras y gráficos. El Sr. Alexander permanecía sereno, golpeando sus dedos contra la mesa de vez en cuando.
Cuando una de las directoras comenzó a leer su informe de ventas, la sala se sumió en un silencio concentrado. Pero de repente, el silencio se rompió, no por el Sr. Alexander, que seguía atento, sino porque el asistente Brown empujó su silla de golpe. Sus manos temblaban mientras sostenía el teléfono. El hombre, normalmente calmado como un glaciar, ahora estaba visiblemente alterado.
—Brown —la profunda voz del Sr.