—Sofía, por supuesto.
En el instante en que esas palabras salieron de la boca de Vicente, Marcos frenó en seco. Los neumáticos chillaron contra el pavimento.
—¡Perdón, jefe! —se disculpó Marcos apresuradamente, con la espalda empapada en sudor frío.
Para su sorpresa, Vicente no se enfadó. Simplemente levantó su fría mirada, estudiando a su asistente por el espejo retrovisor. —¿Tanto te sorprende mi respuesta?
Las manos de Marcos temblaban sobre el volante. Estaba más que sorprendido. Aquello ponía patas arriba todo lo que creía saber.
No se atrevió a decirlo en voz alta, optando por una respuesta más diplomática. —Pero... he visto cómo trata a la señorita Isabel, incluso mejor de lo que trata a la señorita Sofía...
—Es porque ella recibió una bala por mí. —Vicente presionó sus largos dedos contra sus sienes y se recostó en el asiento de cuero.
El paisaje nocturno de Chicago destellaba sobre su afilado perfil, y sus ojos, usualmente tan controlados, mostraban un raro rastro de fatiga.
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