El helicóptero aterrizó al amanecer en una isla privada. El rugido de los rotores se apagó, reemplazado por el sonido de las olas rompiendo contra las rocas.
Vicente sacó a Sofía de la aeronave en brazos. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, ella lo empujó con brusquedad.
—¿Confinamiento ilegal? ¿A qué nivel tan bajo ha caído Vicente Marín? —dijo con desprecio, mientras su vestido de novia era azotado por la brisa marina.
Vicente no se enojó. Sonrió levemente. —¿Y qué si lo hice? —extendió la mano y acarició su mejilla, con los dedos helados, la mirada abrasadora—. Sofía, eres mía. Ni se te ocurra casarte con otro.
Dentro de la mansión principal, Vicente le dio un recorrido.
—Todo aquí es tuyo —dijo, abriendo los ventanales. —. Los jardines, la piscina, la biblioteca... incluso ese océano.
Sofía permaneció impasible. —Quiero regresar.
—Sofía, empecemos de nuevo —dijo Vicente, abrazándola por detrás. Apoyó la barbilla en su cabeza, con la voz baja y ronca—. Como si nada de es