El día antes de la boda, Sofía estaba sentada frente al tocador en la suite nupcial, con las yemas de los dedos recorriendo los diamantes de su vestido de novia. El sol brillaba y el personal se movía afanosamente afuera, preparando todo para la ceremonia. Todo parecía perfecto.
Unos suaves golpes resonaron en la puerta.
—¿Princesa? —Alejandro entró, sosteniendo una taza de té de hierbas caliente y una pequeña y elegante caja de terciopelo. Vestía un traje negro impecable, y sus ojos destilaban una ternura imposible de imaginar.
—Apenas probaste el desayuno. —dijo, colocando la taza a su lado.
Sofía levantó la vista, esbozando una leve sonrisa. —¿Es esta la forma de Alejandro de reprenderme?
—No me atrevería —se inclinó y le entregó la caja—. Solo me preocupa que te dé hambre.
Sofía abrió la caja. Adentro había exquisitos bombones italianos.
—Escuché que te encantaban los chocolates de esta tienda —dijo Alejandro en voz baja—. Los mandé a traer directamente desde Milán.
Sofía hizo una