—¿Y ahora qué quieres, Martha?— preguntó de malhumor sin apartar la vista de la máquina de escribir — Que sea rápido, por favor. Estoy ocupado.
Martha se encogió de hombros sin inmutarse. Ya lo conocía lo suficiente como para saber con exactitud cómo tratarlo.—Solo he pasado a saludar antes de irme a dormir.— informó como si el asunto no fuera de importancia — Conociéndote, asumí que estarías despierto… después de esa intrigante visita…Decir aquello, fue todo lo que necesitó para dar rienda suelta a la vulnerabilidad de Damián. En silencio, vio apartarse un poco de la máquina de escribir, como si , milagrosamente, se hubiese olvidado de ella. Se lo podía notar demasiado cansado y preocupado por algo. Aunque por fuera ella aparentaba decinteres, por dentro comenzaba a sentir la urgencia de apurarlo para que se dejara de tanto misterio y soltara la sopa de una buena vez.Pero no dijo nada. Al contrario, esperó con paciencia aAunque le tuviera terror a las malditas ratas que solían meterse en aquella escalerilla que daba directo a las cocinas del último patio, prefirió entrar por ella. No tenía ánimos para tomar el camino más largo pero limpio.De modo que, cerrando los ojos y rogando a ese Dios que tanto detestaba por no encontrarse con ningún roedor, caminó por la bodega, con pasos ligeros. Desde el umbral de la entrada, vio que en la cocina solo se encontraba Alba, atizando el fuego y exprimiendo un par de limones. Tal lo visto, Martha ya había pasado por allí a hacer de las suyas. Eso era algo que se lo tendría que haber visto venir. Aunque, en amén a la verdad, seguía sin entender cuál era la importancia de ese condenado zumo. Se preguntó si, quizás, a Alba sí se lo hubiese dicho. Solo sería cuestión de aventurarse y preguntar. —Buenos días, señorita Bernal ¿Necesita ayuda con eso? — preguntó adelantando un par de pasos con una sonrisa afable.Al hacerlo, tuvo ocasión de sobra para ver como ella se
Por un momento Damián dudó ante las reacciones de Alba. Quizás, fuera la falta de experiencia al estar en presencia de mujeres como ella. Lo cierto era que no supo cómo reaccionar al instante. Por instinto y miedo de estropear las cosas, quiso echarse hacía atrás y darle algo de espacio. Pero al verla a los ojos, le faltó el coraje para hacerlo. Por un momento, si mente soñadora tuvo la idea de que, tal vez, aquel encuentro ya había sido escrito en los libros de la vida y que, lo más sensato, sería dejarse llevar.A fin de cuentas, si ella lo deseaba lo suficiente como para dejar el decoro instruido por las monjas ¿Quién diablos se creía él para resistirse? Si ya tenía bien sabido que también la deseaba. Estrechó su cintura con un solo brazo, ese cuerpo tan frágil entre sus manos era un placer imposible de negarse. Posando la otra mano en su mejilla, la detuvo, para acariciarle los labios con la yema de sus dedos y, de esa forma, saborear mejor el
En ese momento, caminaban por las calles de París, rumbo al mercado, cada uno llevaba dos canastas vacías. Donna María había decidido que, lo mejor sería que Alba hiciera las compras para ese día. Pero, claro, la muchacha no conocía el lugar. De modo que, al ver a Damián desocupado, como siempre, le pidió que la acompañase, alegando que no era correcto que una muchacha como ella anduviera sola por las calles.«Aunque, decir que me lo pidió con amabilidad… lo que se dice amabilidad, no fue. Pero ¿Ya qué? ¿Quién le puede decir que no a esa mujer cuando esgrime su legendario cucharón de madera dispuesta a hacerse oír? Al menos, yo, no… y menos si se trata de ella…»Reconoció Damián, tan sarcástico como siempre mientras le echaba una mirada de soslayo a Alba que iba a su lado ocupada en seguirle el paso. Se dio cuenta que, como siempre le ocurría, estaba yendo demasiado rápido. Pero eso era normal en él y más en esas calles, donde si te quedabas quieto un segundo corrías el riesgo de ser
Mientras pensaba en todo ese asunto, pasaron por una callejuela insignificante. Damián, por costumbre miró en esa dirección. Esa calle era el atajo que él solía utilizar para ir a ver a Marguy. Alzó una ceja, curioso, al darse cuenta de un detalle: Era la única manera que él tenía de hacerlo sin que nadie lo viera. Pues, por alguna razón que él desconocía, con excepción de Martha, a nadie le agradaba esa amistad que tenían. A Madame Lamere, menos que menos. Volvió a ver a Alba con un brillo suspicaz en los ojos que ella no percibió. —Señorita Bernal…— la llamó en un susurro todo inocencia.Al oírlo, Alba levantó la vista directo a él. No dijo nada, pero sus ojos le mostraron que tenía toda su atención. Además que también le hicieron notar que ella desconfiaba por su tono de voz. De modo que supo que tendría que actuar más rápido de lo esperado. —¿Le parecería que tomemos un atajo?— dijo y, sin esperar ninguna respuesta, agregó en lo que giraba hacia el callejón — Venga por aquí, po
—¡Ah, maldito seas, Damián!¿Qué jodidos crees que haces viniendo de esta forma sin avisar?— gritó histérica una joven rubicunda de cabello rubio y labios pintados.Damián no respondió, estaba más preocupado por ayudar a Alba a entrar por la ventana que de calmar a Marguy por el susto que le había dado al entrar en el balcón de esa forma tan fortuita. Además ¿Cuándo había sido que él hubiera avisado antes de llegar? Que su memoria no le fallaba, desde que Marguy se había independizado e ido a vivir allí, que él jamás había hecho tal cosa. La miró de soslayo, quizás, Martha tenía razón y, fuera de sus problemas, entre ellos, había mucho por hablar. —Digamos que… estaba caminando por la calle con la señorita Bernal, la nueva empleada en las cocinas de la casona, y, de pronto me pareció buena idea venir a visitar a mi vieja y querida amiga de la infancia, Marguy. A la que, dicho sea, considero como a la hermana mayor que nunca tuve…— explicó con una so
—¿Eres consciente de que esas palabras me hieren, dulzura?—quiso saber Damián con frialdad en la voz y en los ojos.Intuyendo algo, Alba intentó echarse hacía atrás. Pero él parecía reacio a dejarla ir. No entendía lo que ocurría ¿Por qué él actuaba así tan de repente? Daba miedo y, lo que era aun peor, sabía que, en caso de que algo ocurriera, nadie podría ayudarla. Damián notó todo eso. Sabía que estaba siendo demasiado duro con ella. Pero, lo cierto era que, después de todo lo que él estaba arriesgando por ella, sus palabras lo habían herido. No obstante, no pensaba detenerse. Sonrió irónico.—¿Ahora sí te causo rechazo, dulzura?— volvió a preguntar por lo bajo para luego reír entre dientes y agregar — Por desgracia, en la situación en la que estás, deberías sentirte agradecida porque sea una mano en tu cintura lo que te incomode y no cosas peores. Estaba siendo un canalla sin escrúpulos. Se daba cuenta, no era ciego, podía verlo en los ojos atemorizados de Alba. La pobre, tenía
—¿La señorita, se encuentra bien, doctor?— preguntó Marguy a penas el médico hubo terminado de examinar a Alba.—Efectivamente, señorita Petit — respondió él mientras se limpiaba las gafas para luego agregar en lo que se calzaba el sombrero —Tal parece, solo ha sido un disgusto. Nada grave. Le recomiendo que descanse y, si es necesario, con media copa de láudano o un té de valeriana, será suficiente. Damián se encontraba a buena distancia de ellos, dándoles la espalda de cara a la lluvia que se dibujaba por el ventanal. Hacía como si no estuviera interesado en lo que ese viejo calvo con gafas enormes de oro tuviera por decir. Pero, lo cierto era que las manos le temblaban y la mandíbula la tenía tan tensa que comenzaba a doler. Mientras tanto, tenía la vaga impresión de que, si él hubiera sido un conejo, sus orejas lo habrían delatado con mucha facilidad. Aunque Marguy no necesitaba ni siquiera mirarlo para darse cuenta de todo lo que pasaba por su mente. De hecho, esos mismos pens
Cuando Alba despertó, un tanto desorientada, ya era mediodía y, afuera, seguía lloviendo a cántaros. Ella abrió los ojos y se sobresaltó al ver el oscuro dosel de terciopelo verde. Atemorizada, miró a todos lados, en búsqueda del más mínimo detalle que la hiciera reconocer con certeza el lugar dónde se encontraba. Pero, fue en vano, ni siquiera vio a Damián. «Por ti, estoy arriesgando lo único que tengo, mi vida. No pido nada de tu parte, solo que seas un poco agradecida conmigo…» Resonó en su mente la voz de Damián que le recordó los últimos acontecimientos antes de haber perdido la consciencia. Sentada en la cama con la mirada gacha y pensativa no pudo evitar sentir cierta incomodidad al respecto. Enterarse de lo cerca que había estado de formar parte de las mujeres que habitaban la primer planta, era un shock demasiado fuerte para ella. Pero, si lo pensaba mejor no era tan incómodo como el hecho de saber que él había sido la persona que le había evitado aquel infortunio. «Y y