Capítulo 30

Aunque le tuviera terror a las malditas ratas que solían meterse en aquella escalerilla que daba directo a las cocinas del último patio, prefirió entrar por ella. No tenía ánimos para tomar el camino más largo pero limpio.

De modo que, cerrando los ojos y rogando a ese Dios que tanto detestaba por no encontrarse con ningún roedor, caminó por la bodega, con pasos ligeros. Desde el umbral de la entrada, vio que en la cocina solo se encontraba Alba, atizando el fuego y exprimiendo un par de limones.

Tal lo visto, Martha ya había pasado por allí a hacer de las suyas. Eso era algo que se lo tendría que haber visto venir. Aunque, en amén a la verdad, seguía sin entender cuál era la importancia de ese condenado zumo.

Se preguntó si, quizás, a Alba sí se lo hubiese dicho. Solo sería cuestión de aventurarse y preguntar.

—Buenos días, señorita Bernal ¿Necesita ayuda con eso? — preguntó adelantando un par de pasos con una sonrisa afable.

Al hacerlo, tuvo ocasión de sobra para ver como ella se
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