Las gachas se cocían a fuego lento en el gran fogón de la cocina. Pero, por mucho que las revolviera con el cucharón, la avena simplemente parecía no querer tener buen aspecto, ni tomar el buen sabor de los ingredientes.
«¡Dios mío!¿Por qué?¿Por qué tengo que actuar siempre como una idiota?¡¿Por qué?!»
Se quejó Alba con frustración. Hablaba del desayuno, pero su mente no se encontraba allí. En realidad, su mente seguía en el altillo y en la forma en la que se había comportado.
No entendía porqué seguía echándose hacia atrás, pese a querer lir hacia adelante. Tampoco comprendía porqué reaccionaba con miedo al rechazo, si a fin de cuentas, Damián no se mostraba jamás ofendido por sus indecisiones.
Al contrario, él solo le demostraba tenerle paciencia. Además que ya se lo había dejado en claro:
«él no me está ayudando para conseguir favores de mi parte… Él me ayuda porque quiere y, si yo deseo algo más… pues queda en mí decidirlo. Él seguirá a mi lado hasta verme a salvo…»
Se