Capítulo 40

—De modo que dices que se lo ha visto desesperado ¿No es así, hija mía?— inquirió Asmodeus mientras cargaba su pipa.

Su hija, Marguy, no respondió en el momento. En cambio, prefirió observar de costado como él seguía con ese ritual de cargar la pipa de tabaco, llevársela a la boca y encenderla con un cerillo. Contó las bocanadas que su padre dio.

Sabía que, al igual que a ella, la noticia lo había afectado. Por esa razón, esperaría a que terminara con su ritual. Para que, al menos, estuviera un poco más relajado cuando le diera los pocos detalles que ella sabía. Mientras tanto, afuera, la lluvia seguía cayendo junto con la tarde.

—¿Y bien?— insistió Asmodeus sin poder ocultar su impaciencia.

Marguy suspiró y volteó a verlo, sonriendo de lado como siempre lo hacía. Se encogió de hombros y esa fue toda la respuesta que se limitó a dar. Asmodeus rodó los ojos, su hija natural era un maldito calco a ese hombre que había sido en su juventud.

—Lastima que no fueras un hombre, Marguy…
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