105: No.
—¿De qué quieres hablar conmigo, cariño? ¿Te has sentido bien? ¿Estabas de fiesta? —cuestiona estudiándola.
Quentin la conoce perfectamente; cuando está drogada, ebria, demasiado tranquila, u ahora, nerviosa.
Se pregunta por qué su hija sostiene con tanta fuerza esa cartera de mano, tal parece que oculta algo allí. ¿Pero qué?
Aunque algo no le cuadra, se tranquiliza. Camina rodeando la cama para llegar al closet y dejar su saco tendido, luego se quita la corbata. Recuerda que cuando sus hijas menores estaban pequeñas, y él llegaba muy temprano antes de la cena, ellas se peleaban entre sí para quitarle los zapatos, el saco y la corbata, pero él nunca las dejó, porque evitaba acercarse demasiado a ellas; como si verlas atendiéndolo fuera un reflejo de su madre, la cual nunca había podido hacer feliz y además había asesinado.
Vivir con eso lo volvió mucho más frío y distante. ¿Cómo podía amar de verdad a sus hijas? Tenía temor a hacerlo, porque si lo decepcionaban tal vez terminaría perd