El mismo día
New York
Lance
Estoy en la cama con Karina. El sudor aún brilla en su piel y su respiración, pausada, acompasa los latidos que me golpean el pecho. Ella tiene la cabeza apoyada sobre mí, como si mi corazón fuese su almohada, y yo la rodeo con los brazos, acariciando su espalda con la yema de los dedos. Todo es silencio, salvo las olas lejanas y su respiración tranquila. Pero mi mente no se detiene, y necesito decirlo.
—Hermosa… mírame —susurro, inclinando un poco su rostro con mi mano.
Ella levanta la mirada, sus ojos oscuros brillan en la penumbra, con ese aire de calma y misterio que siempre me desarma.
—¿Qué pasa, amor? —pregunta con voz suave, aunque noto un atisbo de duda en su tono.
—Quiero preguntarte algo… solo por curiosidad —le digo, tratando de sonar ligero, pero mis dedos tiemblan un poco sobre su piel.
—Claro, puedes preguntarme lo que quieras —responde, acomodándose mejor contra mí.
La miro fijamente, y una media sonrisa se me escapa.
—¿Quieres tener hijos? ¿