El mismo día
Londres
Williams
Estoy en el despacho de casa cuando entran las noticias que me interesan: Michael me llamó hace un rato y todo parece marchar bien. Aun así, no puedo quitarme de encima la sospecha sobre Santoro: ¿habrá dicho dónde escondía el dinero a la mafia rusa, o Zimmer lo ocultó? Necesito que Harry me dé una novedad. En eso, la puerta se abre.
—Acaba de llegar Harry —dice Margaret, asomando la cabeza con ese tono que siempre usa cuando quiere provocar—. ¿Me puedes decir qué tanto hace él últimamente aquí? No me gustan esas visitas.
La dejo hablar hasta que se cansa. La miro sin levantarme del sillón.
—Mujer, ocúpate de tus asuntos. No molestes —contesto seco.
Margaret no se conforma. Se acerca, con las manos en las caderas.
—¿Por qué no llamas a Michael y hacen las paces? —insiste—. No entiendo por qué te la pasas trabajando. Te vas a morir solo, sin nadie a tu lado.
La contesto con mordacidad.
—Margaret, ¿por qué no vas con tu hija y la convences de divorciarse del