El mismo día
New York
Lance
La noche se me hizo interminable. El techo es mi único testigo; cuento sombras hasta que el amanecer me encuentra sentado al borde de la cama. La casa está en ese silencio que pesa, como una losa. Me llevo la palma a la cara y respiro —lento—, pero el aire casi no entra.
Me visto a medias, sin mirar demasiado. Cada prenda es un recuerdo que no quiero tocar. Solo quiero salir: buscarla, hablar, arreglarlo; la idea me quema por dentro.
Al bajar las escaleras, mi madre está esperándome. Tiene los brazos cruzados, la mirada firme; sin embargo, hay cansancio en sus ojos. Me observa como quien mide el alcance de una tristeza.
—Madre, hablamos después —digo, esquivando su mirada—. Necesito buscar a mi familia.
—Lance, siéntate —responde—. Ahora.
Me dejo caer frente a ella, las rodillas flojas.
—Si vienes a reprocharme por irme de Londres, no lo hagas —tomo aire—. Ya no pienso en la empresa ni en Londres. Solo quiero recuperar lo que perdí.
Su voz se vuelve más suav