La sala permaneció en silencio, uno casi desértico, luego de que los periodistas se retiraran como almas que eran perseguidas por el mismo diablo, aunque solo era la mirada fría de Dylan la que provocó aquello, mientras tanto, Sofía descubría con asombro que no se sentía inquieta, y mucho menos atemorizada ante la presencia de aquel hombre que la había secuestrado y torturado, quizás en el fondo sabía que no se atrevería a lastimarla, quizás solo era la presencia de Alexander que la hacía sentir de ese modo.
—Sofía…—comenzó a llamarla Dylan con la voz temblorosa, y la rubia le regresó la misma mirada con la que él había visto a los periodistas.
—No te perdono, el hecho de que acepte que soy una Bach, se debe únicamente a Edmond y a tomar lo que me corresponde, pero eso no quiere decir que te perdone. —la rubia no levantó su voz, aunque su mirada continuó siendo dura al ver al mayor, y solo entonces Alexander conoció lo que era Sofía realmente enfadada, seguía tan hermosa como siempre,