Capitulo Treinta y cinco.
El aire en el interior del vehículo era un ente palpable, espeso y cargado de tensión; el silencio entre Sofia, y Alexander, había adquirido tal densidad que parecía ocupar cada rincón, oprimiendo el pecho de Sofía con una presión invisible. Desde su asiento, podía sentir la mirada incandescente de Alexander posada sobre su perfil, un escrutinio que le calaba hasta los huesos. Sin atreverse a levantar la vista, repasó mentalmente los años de convivencia laboral bajo su mando, la manera en que había aprendido a descifrar hasta el más leve gesto de fastidio en ese hombre de voluntad férrea; ahora, el papel de esposa ficticia le pesaba más que nunca.
Porque sabía, sin necesidad de mirarlo, que la furia contenida deformaba el semblante de Alexander, y por ello el simple pensamiento de cruzar palabras con él la hacía encogerse, porque se sentía vulnerable ante el abismo que se abría entre ambos, porque en todo ese tiempo, Alexander jamás se había enfadado con ella y es que no tenía motivos