Alexander rara vez había sentido la furia recorrerle las venas como en ese instante, quizás todo se remontaba a lo vivido con Lucrecia, esa experiencia amarga que ahora le permitía identificar casi con instinto las verdaderas intenciones de personas como Lyra, seres con el perfil perfecto para dañar a todos en su entorno, camufladas tras gestos inocentes, o simplemente, tal vez, era un sexto sentido que, al fin, despertaba para proteger a Sofía, porque no era solo amor lo que sentía por la rubia, aunque eso sobraba, era la certeza de que ella era alguien irremplazable, una excepción en peligro de extinción, empática, genuina, respetuosa... el blanco más fácil para quienes se alimentan del control y la manipulación.
—De más está decir que no regresarás. —pronunció, su orden envuelta en la delicadeza de un consejo y Sofía lo miró, arqueando una ceja, con esa mezcla de incredulidad y autocontrol que tanto lo desarmaba, el aire en el garaje de la empresa era denso, cargado de todo lo que