El disparo resonó en el aire, un eco brutal que fracturó la noche y el alma de Nathaniel Vance.
El cuerpo de Clara yacía inerte a sus pies, una mancha oscura y creciente de sangre profanando el pavimento inmaculado de la entrada de su mansión. La verdad, a punto de ser plenamente revelada, había sido silenciada de la manera más cruel y definitiva.
Los agentes de seguridad de Vance reaccionaron con una velocidad asombrosa. En cuestión de segundos, la zona fue acordonada. Luces de emergencia destellaban, sirenas ululaban a la distancia, y los murmullos de los agentes se mezclaban con el zumbido de los drones de vigilancia que ya sobrevolaban la escena. David Hayes y Benjamin Carter salieron corriendo de la mansión, sus rostros pálidos y alarmados, al ver la escena.
—¡Señor! —gritó David, abriéndose paso entre los agentes.
Vance no respondió. Estaba arrodillado junto al cuerpo de Clara, su rostro cubierto con la sangre de ella, sus ojos fijos en el agujero en su frente. El shock lo había