85. El Peso de la Libertad
La luz del amanecer entraba tímidamente por las cortinas del apartamento de Diego, dibujando líneas doradas sobre las sábanas blancas. Isidora despertó lentamente, consciente del brazo de Diego rodeando su cintura, del calor de su cuerpo contra su espalda, del ritmo pausado de su respiración. Por un momento—apenas un parpadeo de tiempo—se permitió sentir la paz de ese instante. La seguridad de estar exactamente donde quería.
Entonces la realidad la golpeó como agua helada.
Seguía comprometida con Matteo Franzani.
Su respiración se aceleró involuntariamente. Diego debió sentir el cambio porque se movió detrás de ella, su voz todavía adormilada y ronca.
—¿En qué piensas tan fuerte que puedo escuchar tus pensamientos desde aquí?
Isidora cerró los ojos, mordiéndose el labio inferior.
—En todo. En nada. En que esto se siente demasiado bien para ser real.
Diego presionó un beso suave en su hombro desnudo, enviando un escalofrío por toda su columna.
—Es real. Somos reales.
Ella se giró lenta