La oficina del abogado de Fabricio estaba en un silencio absoluto.
Anahir y Alejandra se sentaron juntas en el pequeño salón, ambas con los rostros tensos, con el peso de demasiadas cosas sobre los hombros. Afuera llovía. Una de esas lluvias finas, persistentes, que parecían durar toda la vida.
El abogado se acercó con una carpeta cerrada y la colocó sobre la mesa de madera. No hablaba como defensor de Fabricio, hoy no . Su voz era más baja,más personal.
— Gracias.Les pedí que vinieran porque… esto no podía entregárselos por correo —dijo, abriendo la carpeta con cuidado—.La señora María, la madre de Fabricio, me dejó esto antes de fallecer. No me pidió que lo leyera en voz alta. Solo que lo entregara… cuando todo explotara y eso ya pasó.
Las miradas se cruzaron. Anahir apretó la mano de su cuñada Alejandra. Ambas contenían la respiración.
El abogado deslizó la hoja de papel doblada hacia ellas.
Era una carta manuscrita, con una caligrafía temblorosa pero clara, como si cada t