Capítulo: El que huye del reflejo
El pasillo del hospital olía a desinfectante, café recalentado y culpa.
Fabricio entró con la gorra baja, la campera mal cerrada y las manos hundidas en los bolsillos. Llevaba dos días sin aparecer. Dos días escondido en la casa de Pipo, durmiendo entre bolsas, restos de comida y paranoia.
Nadie lo esperaba ya.
Pero él volvió.
Volvió porque no podía seguir escondiéndose. Porque el miedo no alcanzaba para desaparecer. Y porque quería saber qué había pasado. Si el niño… si Alejandro estaba vivo.
Cuando entró por el sector de mantenimiento, un hombre de seguridad lo detuvo.
—¿Castiglioni?
—Sí… soy yo —respondió, seco.
El guardia le extendió un sobre blanco, con el logo del juzgado estampado en la esquina.
—Te dejaron esto. Es oficial.
Fabricio lo tomó. No lo abrió. Solo lo metió en el bolsillo trasero de su pantalón como si pesara cien kilos. Sabía lo que era. Sabía que Alejandra no se iba a quedar de brazos cruzados.
Siguió caminando hasta el sector de