La mañana en la obra había sido intensa.
Con las cuadrillas organizadas y el ruido del cemento mezclándose con el sol, todo parecía avanzar sin pausas. Pero en el rincón de descanso de la oficina técnica, dos mujeres se tomaban un pequeño recreo que no estaba en el cronograma.
Silvia dejó su taza sobre la mesa y suspiró con fuerza, como quien deja salir algo que venía guardando hace días.
—Che... ¿te puedo decir algo sin que después me lo cobré?
Anahir alzó la vista del plano, sonriendo con complicidad.
—Mientras no tenga que despedir a nadie, decime lo que quieras ,"aunque hay una rubia que me está dejando los pelos de punta ". eso lo dijo bajando el tono de voz .
Silvia rió. Pero enseguida se puso seria.
—No sé qué pensar de Fabián.
Anahir se acomodó en la silla.
—¿Qué hizo ahora?
—Nada. Y eso es lo que me desconcierta —contestó Silvia, entre irónica y confundida—. Aparece por la obra, me mira como si fuera su atardecer favorito… y después, ¡pum! Desaparece como si lo hubiese traga