Capítulo — El Baile Prohibido
Alejandro levantó el vaso y, sin pensarlo demasiado, lo bebió de un solo trago. Julia lo imitó, con la misma soltura, como si se hubieran puesto de acuerdo sin decir una palabra. El líquido les dejó un calor extraño en la garganta, pero en ese momento no lo notaron: lo único que importaba era el vértigo de la noche.
La tomó de la mano y la guió hacia la pista. La música era un latido que se mezclaba con el de sus propios corazones. La discoteca entera se agitaba como un mar de luces y sombras, pero ellos no lo sentían: para Alejandro y Julia, solo existían ellos dos.
Se acercaron, primero tímidos, y después con una necesidad que ardía. Sus cuerpos se movían al compás de un ritmo sensual, eléctrico, como si cada nota de la canción los empujara más cerca. Alejandro sentía que se le quemaba la piel; Julia lo miraba con esos ojos marrones que parecían tragarse el mundo.
—Qué lindos ojos tenés… —susurró ella, rodeándole el cuello con los brazos—. Esos