El supermercado del barrio estaba tranquilo esa tarde.
Elsa había salido temprano a hacer las compras hoy" sus Ales" como ella le decía a madre e hijo iban a almorzar y como cada jueves, pasaba por su lugar favorito para comprarle el postre preferido a su nieto del corazón: tiramisú sin chocolate, suave y casero, justo como Alejandro podía comer sin riesgo.
Caminaba con su carrito, tarareando bajito una canción antigua, cuando dobló por el pasillo de los lácteos…
Y fue ahí cuando pasó.
¡PUM!
—¡Ay! —exclamó Elsa— ¡Mi postre!
El impacto no fue fuerte, pero sí lo suficiente como para que el vasito de vidrio cayera al suelo y se hiciera trizas, esparciendo una mezcla cremosa y dulce por todo el piso.
Del otro lado, un hombre de lentes y saco algo arrugado se quedó congelado, con expresión de sorpresa.
—¡Perdón! ¡Perdón de verdad! No la vi venir —dijo, y enseguida se agachó con servilletas de papel que tomó de su propio carrito.
Elsa, aún sosteniendo el mango del suyo, lo observ