Capítulo 116 – La Verdad Duele… Pero Libera La luz tenue de la cocina iluminaba apenas los bordes de la alacena. Eran las 21:07 según el reloj digital que titilaba en rojo en el microondas. El silencio era espeso, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. Anahir sostenía un vaso con agua entre sus dedos. El frío del vidrio no alcanzaba a calmarle el calor que le ardía por dentro. Había dormido varias horas, su cuerpo lo necesitaba, pero su alma no había descansado. Y al despertar, lo primero que vio fue a Nicolás… dormido en el suelo, al costado de la cama, con una mano sobre su vientre como si eso lo conectara a ella de alguna manera. Y aún así, no pudo despertarlo. No supo si era por compasión… o por furia contenida. Ahora, con el corazón hecho un ovillo, se giró lentamente sobre sus pies y lo encontró allí. Parado del otro lado de la isla de la cocina. Silencioso. Presente. Culpable. —¿Hace cuánto estás ahí? —preguntó sin mirarlo del todo. Nicolás tragó saliva. —
Capítulo 117– La Sombra del Ayer Las luces blancas del hospital quemaban la vista. Nicolás caminaba de un lado al otro del pasillo con las manos en la nuca, los ojos enrojecidos y el corazón apretado como un puño. Sentía que el tiempo se le escurría entre los dedos… hasta que la puerta se abrió. El médico salió con el guardapolvo algo arrugado y una carpeta en la mano. —¿Familia de Anahir Montes? —Soy su esposo. El padre del bebé —dijo Nicolás, con voz urgente. El médico asintió con seriedad. —Pueden respirar tranquilos. El bebé está bien. No hay pérdida ni riesgo de aborto. Pero está deshidratada. Tenía el cuerpo muy débil, y el episodio de estrés provocó el desmayo. Va a quedarse internada unos días, mínimo. Necesita suero continuo, reposo y control. Nicolás sintió que el alma volvía a su cuerpo. —¿Puedo verla? —Sí, está despierta. Pero por favor, nada de sobresaltos. Tiene que estar tranquila —le advirtió con una mirada firme. Nicolás asintió con los ojos llenos de lágrima
Capítulo 118 – La Carta que No Grité La habitación estaba en penumbras. Solo la luz suave del pasillo se colaba por la rendija de la puerta entreabierta, dibujando líneas doradas sobre las sábanas blancas. Anahir tenía los ojos fijos en la hoja. La carta de Nicolás se extendía entre sus manos temblorosas, y el sobre de los análisis reposaba sobre su regazo como una promesa olvidada. Su respiración era lenta, controlada… pero sus latidos iban descompasados. Como si el corazón y la mente no lograran caminar juntos. Leyó cada palabra despacio. No como quien busca entender… sino como quien necesita sentir. "Vuelve a despertar la lluvia en mí… Derramando toda su raíz sobre el papel…" Sus labios se movían en silencio, repitiendo algunas frases que la atravesaban como cuchillas, otras que la acariciaban con ternura. Una lágrima resbaló por su mejilla. Y después otra. Y otra más. Se secó el rostro con la mano libre, la que no tenía la cánula del suero clavada en la piel. A
Capítulo 119 – La Madrugada del Perdón La madrugada envolvía la habitación en un silencio cálido, de esos que no oprimen… sino que abrazan. El monitor marcaba el ritmo constante de un corazón. Uno nuevo, pequeño, creciendo. Y otro… roto, pero latiendo por amor. Nicolás dormitaba en el sillón, con la cabeza ladeada y el ceño aún fruncido, como si incluso en sueños cargara culpas que no se iban. Tenía una manta sobre las piernas y los dedos entrelazados sobre su pecho. Anahir lo miraba desde la cama, en silencio. Tenía los ojos húmedos, pero no lloraba. No ya. Las lágrimas habían dicho lo suyo. Ahora solo quedaba esa ternura inexplicable que nace cuando el enojo se disuelve y queda el amor… intacto, aunque golpeado.El descanso le hizo bien . Extendió la mano libre, la que no tenía el suero, y con una delicadeza infinita, le acarició el rostro. El pulgar se deslizó sobre su mejilla, dibujando un gesto que había aprendido de memoria. Nicolás se estremeció con el contacto, aún dormid
Capítulo 120 – Donde Vuelve la Luz El amanecer se filtraba por la ventana del hospital con un resplandor suave, casi dorado. Nicolás no había dormido más que un par de horas, pero su alma estaba en paz. La tenía a ella. Tenía a su bebé. Tenía un nuevo comienzo. Con una sonrisa serena, se levantó del sillón, salió al pasillo y marcó el número que conocía de memoria. Cuando la voz de don Edinson respondió del otro lado, Nicolás no esperó demasiado. —Don Edinson, buenos días. No se asuste, por favor. Anahir está bien, está en el hospital, pero fuera de peligro. Tiene algo para contarles... una sorpresa. —¡No me digas que vamos a ser abuelos! —gritó Sofía del fondo, seguida por un coro de exclamaciones. Del otro lado del teléfono empezó a escucharse un revuelo adorable. Risotadas, gritos de alegría, muebles moviéndose. Los mellizos Bruno y Dante corriendo por la casa, Sofía buscando flores, Edinson diciendo que iba a preparar el mate y unas tortas fritas. —Sí, pero vengan con
Capítulo 121 – Reposo, Recuerdos y Nuevos Planos Antes de dejar el sanatorio, Anahir tuvo una última ecografía. El sonido del corazón de su bebé llenó la sala como una melodía sagrada. —Ocho semanas exactas —dijo la ecografista con una sonrisa amable—. Y está todo perfecto. Un bebé fuerte, con ritmo estable y buen desarrollo. Nicolás apretó la mano de Anahir y le besó la frente con ternura. Salieron del hospital al mediodía, con indicaciones claras: reposo relativo, sin esfuerzos y sin visitas a la obra por ahora. Nicolás se iría por las mañanas y parte del mediodía, pero las tardes serían de ellos. De mimos, cuidados y charla. Cuando llegaron a casa, Anahir se sintió extrañamente frágil. No podía hacer mucho, y eso le generaba una ansiedad silenciosa. Una vez que Nicolás salió para la obra, se acomodó en el sillón con una manta y llamó a su mamá. —Hola, má. —Hola, mi amor. ¡Estás en casa ya! ¡Gracias a Dios! ¿Y el bebé? —Ocho semanas... todo bien. Pero me siento... rara. No sé
Capítulo 123 – El Juicio del Silencio Roto El día del juicio contra Fabricio Castiglioni llegó. La sala estaba cargada de murmullos, abogados, miradas, recuerdos y heridas abiertas. Nicolás no fue. Tampoco Anahir. Ya no querían perder más tiempo en aquel hombre que había intentado destruir tantas vidas. Pero el proceso debía concluir. Era la última parte del pasado que aún debía caer. Quien sí estuvo fue su madre. Alta, elegante, con el rostro firme, pero los ojos hinchados. Aunque su hijo no había hecho las cosas bien, no iba a dejarlo solo. Sabía que había sido una madre ausente, temerosa, sumisa ante un marido que despreció a su hijo toda la vida. Ahora sabía por qué. Ella también había fallado por no protegerlo. Por no hablar. Por no intervenir. Pero ese día iba a cumplir una misión. Le pidió un favor muy especial a su abogada: necesitaba hacerle una prueba de ADN a Fabricio. Iba a ponerle en la cara, con papeles, el error que su padre cometió. También dejó en claro que denun
Capítulo 126 – Lo Que Alejandra CallóAlejandra miraba por la ventana mientras el viento tibio de la tarde movía las cortinas. Su vida, por fin, empezaba a estabilizarse. Ya no sentía dolor por Fabricio. No lo extrañaba. No lo odiaba. Solo le dolía haber sido tan débil... tan ciega. Le dolía, sobre todo, haber dejado a su pequeño casi dos años sin su madre.Los recuerdos la asaltaron con una claridad brutal.Fabricio le había pedido que fuera su novia durante el primer año de Ingeniería Civil. Apareció con rosas y poemas, todo bien armado para convencerla. Él venía de perder su primer parcial importante y le pidió ayuda. Alejandra, con el corazón abierto, cayó en la trampa.Le ayudó en todo.Le explicó materias enteras. Se quedaban noches enteras repasando. Lo cubría con los profesores. Incluso... lo ayudaba en los exámenes.—No sabía nada —susurró Alejandra con rabia—. Y yo... yo cambiaba el nombre de mis exámenes para que él no perdiera.El muy sinvergüenza falsificaba su letra. La