- 00:10 hs. - Salomé.
—¡Te amo, Salomé! ¡No quiero ayudarte más con Damián!
Cuando terminó de recitar esa frase, se quedó mirándome, como esperando a mi reacción. Pero yo no supe qué decir, ni qué hacer. Se había vuelto todo muy borroso en mi cabeza. Y respondí lo primero que se me ocurrió.
—Pero... ¿qué dices? Me parece que estás borracho, Fer.
—No estoy borracho. Te amo. Ahora lo sé.
No me podía creer que me estuviera diciendo eso. No podía ser. Algo tenía que estar mal. Si no estaba borracho, quizás era que la cena le había caído mal, o tal vez no se había curado del todo de la paliza que le habían dado. No tenía ni idea. Pero no podía ser que me estuviera diciendo eso.
—Siéntate, Fer. Déjame que te traiga un poco de agua —le dije aferrándome a mi teoría.
—¿Por qué no me querés escuchar? ¡Estoy perfectamente! ¿Tanto te cuesta creer lo que te estoy diciendo? —insistió con más énfasis.
—No puede ser... No tiene sentido... Esto no tiene nada que ver con nada de lo que ha estado pasand