Y tenía muchas cosas más para decirle, pero, de pronto, Fernando se puso de pie, me ayudó a levantarme a mí también, y, sin darme tiempo a nada, me plantó un beso en la boca que me dejó paralizada. Metió su lengua y revolvió todo su interior sin importarle que todavía hubieran restos de su propio semen en él.
—¡¿Qué haces?! —dije cuando pude separarme— ¡Tenía toda la boca manchada todavía!
—No me importa —dijo calmado.
—¿No te importa? ¡Es asqueroso! —insistí.
—Me da lo mismo... —e intentó besarme de nuevo.
—¡Que no! —lo volví a empujar— ¿Qué coño te pasa?
Estaba diferente, no sabía qué le pasaba, y me estaba asustando. Se hizo un breve silencio y, por fin, habló.
&mda