—¡Sí! —atiné a decir.
—¡Hasta que contestas! —respondió Dami—. ¡Llevo desde las ocho tratando de comunicarme contigo!
—Lo siento, Dami, tenía el móvil sin batería y no me di cuenta hasta recién...
—Creo que ya va siendo hora de que pongamos teléfono fijo...
—Es probable —dije riéndome—. En fin, ¿cómo estás? ¿Has dormido algo?
—La verdad es que muy poco. Ya sabes lo que me cuesta poder conciliar el sueño en casa ajena...
—¿Pero a qué hora terminaste?
—A las siete.
—¿Y ahora estás en la casa de tu compañero?
—Sí, estoy en el piso de Rabuffetti. Ahora iba a desayunar algo —dijo, haciéndome acordar que no había comido lo que me había preparado Fernando. Otro motivo más para sentirme todavía más mal conmigo misma.
—Ah... Dami, ¿hoy te voy a ver?
—Hoy entro a las tres, así que seguramente tenga que volver a quedarme toda la noche en la oficina.
—Entiendo... —dije con desánimo.
—Ya hemos superado el primer día, Ro, y voy a seguir necesitando de tu apoyo para superar el resto.
—Y sabes que cu