00:15 hs. - Salomé.
Lo siguiente que recuerdo es que cerré los ojos, tomé aire y...
—¡No! —logré decir a tiempo— No puedo hacerlo...
—Tranquila, Salomé, todo va bien... Relajate y...
—¡Te digo que no! ¡No puedo! ¡Y tampoco quiero! —dije ya un poco más nerviosa. Y como saliendo de un trance, me acomodé el camisón y me separé de él.
—Tranquila, no te enojés. Tenés miedo porque nunca lo hiciste, nada más... —dijo volviendo a acercarse.
—¡Te digo que no! —volví a gritar, y esta vez se detuvo. Se sentó de nuevo a mi lado y se hizo un silencio muy incómodo.
—Pensé que era un buen momento... —dijo por fin—. Perdoname.
—¿Un buen momento para qué? Ni siquiera estoy convencida de hacer esto...
—Vos lo que tenés es un lío tremendo en la cabeza, Salomé. Tenés que poner tus ideas en orden urgentemente.
—Mis ideas están perfectamente ordenadas...
—¿Entonces?
—¡Que no quiero hacer eso! ¡Nada más! —volví a gritar.
—Así no vamos a progresar nada...
—¿Progresar en qué? —le pregunté enfadada—. Está bien