02:00 hs. — PERSPECTIVA: Salomé.
—¿Así, bebé? ¿Así te gusta?
Fernando seguía masturbándome y hablándome al oído al mismo tiempo. Yo me mantenía inerte, fría, silenciosa. Aun resignada, seguía sin querer darle el gusto de verme entregada. Más que nada, porque me daba mucha rabia verlo tan subidito.
—Estás mojadita, ¿sabés? —me susurró al oído, justo antes de darme un suave mordisco en el lóbulo de la oreja.
—Porque me acabo de duchar —respondí, con displicencia.
—No. Estás mojadita porque antes te quedaste con ganas.
Mientras decía esto, su dedo índice recorría de arriba a abajo mis labios vaginales, deteniéndose cada tanto en la zona del clítoris para darle pequeños masajitos.
—Si no me hubieras dado esa patada, taradita mía, ahora estarías disfrutando como te merecés...
—Qué pena que no pude darte la segunda.
Nada más terminar de decirlo, un dedo se hundió con fuerza en mi vagina.
—¿No te parece que ya va siendo hora de que aceptes cómo son las cosas?
Esta vez su voz sonó más grave.