12:05 hs. - Fer.
—¿Me pasas la sal, princesa?
—Sí, bebito mío.
—Eres un cielo, te amo mucho.
—Y yo a ti, corazón.
De no ser porque estaba a, creía yo, unos cuantos trabajos de terminar de pagar mi deuda con Amatista, no hubiese dudado en salir afuera y tirarme por el balcón a lo Félix Baumgartner. Esos dos llevaban toda la mañana en ese plan y no tenía ni la más puta idea de por qué. Hacía tan sólo 24 horas parecía que estaban a punto de romper, y ahora estaban más cariñosos que Batman y Robin.
Terminamos de almorzar y nos quedamos un rato conversando los tres. Damián y yo ya teníamos un poco más de confianza, y ya nos salía natural hablar de algunos temas sin que tuviera que intervenir Salomé. Ella, mientras tanto, nos observaba contenta desde su lado de la mesa. Visto de esa manera parecíamos tres amigos de toda la vida compartiendo piso. Pero... lamentablemente yo no había ido ahí para hacer amigos.
—Ya vengo —dije, pellizcando a Salomé por debajo de la mesa para llamar su atención