Treinta y siete.2

―¡Cállense!

Se hace el silencio, al fin.

―¿Mi ex les ofreció algún trago?

Los tres me miran como si fuera una idiota.

―Infinidad de personas me ofrecieron tragos ―Pavel voltea los ojos―. Porristas, de americano, unos de básquetbol...

―No sé ―Dalia me mira derrotada―. Andrés me dejó plantada y estaba triste, bebí de todo.

Sebastián alza la cabeza de golpe.

―¿Él te invitó? ―Dalia asiente―. Si no te hubiera invitado, ¿habrías ido? ―niega―. Puta madre, seguro no se presentó porque quería que bebieras sin límite ―los ojos enormes de Dalia reflejan puro dolor―. ¿Qué excusa te dio?

―Que una familiar tuvo un accidente y debió ir a ayudarla ―traga saliva―. Perdió el teléfono y no pudo avisarme. Estuvo todo el fin de semana afuera.

Es increíble como uno puede creer mentiras cuando está enamorado. No soy quién para juzgar, pues organicé mi vida con base en las aspiraciones de mi novio, pero eso me abrió los ojos para darme cuenta de que a veces nos mandan señales y no las vemos porque no queremo
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