Villa Carbone – Medianoche. La tormenta aún retumba sobre Palermo
Vittorio entró como una sombra en la casa. La camisa salpicada con gotas de lluvia, el corazón aún latiéndole en el pecho con fuerza por haber dejado a Cristian dormido en el hospital, cubierto por sábanas que apenas le rozaban el cuerpo herido. Tenía la mente en caos, rota entre el deseo de cuidarlo y la ansiedad de saber qué haría su padre tras lo que había visto.
La mansión estaba en silencio, pero no vacía.
Apenas cruzó el vestíbulo, Juan Carlos lo esperaba en el salón principal, sentado con la espalda recta, las manos unidas sobre sus rodillas, un puro a medio consumir en el cenicero. No miraba la televisión. No leía el periódico. Estaba ahí. Esperándolo.
—Cierra la puerta —ordenó, sin levantar la voz.
Vittorio lo hizo. Sin decir nada. Sin pestañear. Se aproximó con la tensión retorcida en cada músculo.
—Así que es verdad —comenzó Juan Carlos, girando la cabeza apenas—. No fue un momento, no fue un error, no fue un