James abrió la puerta del departamento y dejó entrar primero a Vittorio y a Cristian. Apenas cruzaron el umbral, Sean se levantó de golpe del sofá. Tenía el rostro tenso, los ojos enrojecidos, y el teléfono apretado en la mano. En cuanto vio a James, corrió hacia él y se abalanzó sobre sus brazos, abrazándolo con fuerza, casi con desesperación.
—¡Por Dios, James! ¿Por qué demoraste tanto? —murmuró Sean contra su pecho—. Me tenías al borde de un ataque...
James lo rodeó con sus brazos sin decir una palabra, apretándolo con fuerza.
—Estoy aquí —susurró, cerrando los ojos por un instante.
Del fondo del pasillo, Liam apareció descalzo, con el cabello revuelto y la mirada alerta. Se detuvo al ver a Cristian entrar de la mano de Vittorio. Sus ojos se agrandaron y, sin pensarlo, soltó un suave:
—Papá...
Y entonces corrió. No esperó explicaciones, no pensó en el pasado ni en los silencios. Se lanzó directo a Cristian y lo abrazó con fuerza, rodeándole el torso como si quisiera fundirse con él