James levantó la mirada lentamente, clavando los ojos en su madre. La tensión en la sala era tan densa que nadie se atrevía a respirar.—¿Qué quieres decir con que Vittorio no me haría daño? —preguntó, con la voz baja, tensa, contenida—. ¿Estás defendiendo al hombre que me tendió una trampa hace unos años? ¿Al mismo que casi me mata a mí y a Sean en aquel centro comercial? Por favor. Vittorio no quería aceptar lo que él mismo era. Homosexual Sofía lo miró, sin retroceder, pero algo en su rostro se quebró. La máscara de calma se resquebrajó por primera vez.—James...—¡Dilo! —gritó, dando un paso al frente—. ¡Dilo de una maldita vez! ¿Qué estás ocultando? ¿Desde cuándo?—Desde que tú tenías diecisiete años —confesó ella, bajando la mirada como si el peso de esa frase la hundiera.El silencio se hizo pedazos. Todos se quedaron congelados. James palideció.—¿Qué cosa?—El día que fuiste atropellado —continuó Sofía, con la voz temblorosa—. Estuviste horas en coma. Los médicos no sabían
Sean lo miró, preocupado, y cuando James se giró para caminar hacia la puerta, lo alcanzó rápidamente. Con una mano, lo detuvo suavemente, tomando su brazo con firmeza.—¿Qué harás, James? —preguntó, su voz cargada de temor. La intensidad en los ojos de James era palpable, como si llevara una tormenta en el pecho.James suspiró, con la respiración entrecortada, y sin mirar atrás, dejó que la mano de Sean lo tocara.—Necesito ver a mi padre, Sean —respondió con determinación—. Iré solo.Derek, que había permanecido callado, se adelantó y puso una mano en el hombro de James, con una expresión seria y grave.—No puedes ir solo —dijo, con voz firme. Pero sabía que no importaba lo que dijera. James ya había tomado su decisión, y ese fuego en sus ojos no podía ser apagado.James levantó la mirada, limpiándose las mejillas con brusquedad. Estaba agotado, pero su resolución no temblaba.—Tengo que hacerlo, Derek —respondió, su voz cargada de una tristeza profunda, pero clara—. Se lo debo, a m
James lo miró con los ojos húmedos, sintiendo que toda la rabia contenida durante años se revolvía dentro de él.—Entonces dime. Dímelo todo. Porque si vine hasta aquí… es para escuchar la verdad. De una maldita vez.Y Vittorio asintió, despacio. Con la mirada cargada de una historia que aún no había sido contada.—Entra. Esto no es algo que se diga en medio del frío… ni de pie.El interior de la cabaña estaba bañado por una luz tenue, cálida, proveniente de un par de lámparas de aceite que creaban sombras danzantes en las paredes de madera. El lugar era modesto, casi austero, pero estaba limpio y organizado, como si alguien hubiera dedicado años a hacerlo habitable en medio del olvido. Había una mesa de madera envejecida en el centro, dos sillones gastados frente a una chimenea apagada, y una pequeña repisa con libros desordenados y una radio antigua.James entró con cautela, aún con el pecho agitado por el encuentro, pero fue entonces cuando lo vio.Cristian estaba allí. De pie, al
Se levantó del sillón y comenzó a caminar lentamente por la sala, como si reviviera cada segundo.—Ella era la hija del poderoso Señor Martín, amigo de mi padre. Inteligente. Hermosa. Ambiciosa. Y sobre todo, devota del poder. Me casé con ella como un prisionero que firma su sentencia. Pero jamás dejé de ver a Cristian. Nos seguíamos viendo en secreto. Nos encontrábamos en lugares remotos, como adolescentes desesperados. Cada beso era una guerra ganada. Cada noche juntos era un desafío al infierno.—¿Y Sofía lo supo? —preguntó James, sin poder contenerse.Vittorio asintió, con la mirada dura.—Claro que lo supo. Siempre lo supo. Pero al principio le convenía callar. Mientras tuviera mi apellido, mi dinero y mi familia detrás, le daba igual a quién amara yo en secreto. Pero con el tiempo... se hartó. O tal vez se enamoró de mí, quién sabe. Lo cierto es que una noche, me atreví, estuviste con Cristian en nuestra propia habitación, ellas nos vió.—Vittorio se detuvo y miró a su hijo direc
Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, si
Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.Cristian entreabrió los ojos con fastidio.—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y mir
Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante.El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia.—Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos.Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio.—Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba e
El aire nocturno de la ciudad de Milán en 1980 tenía un aroma particular, una mezcla de humo, gasolina y el leve perfume de la libertad que solo los más osados sabían saborear. Las luces de neón titilaban en las calles, reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna de la tarde. Frente a la imponente fachada de Style Company Sot, Vittorio Carbone esperaba con la paciencia de un depredador en reposo, apoyado despreocupadamente contra su motocicleta.La moto, una Ducati 900SS negra con detalles plateados, relucía bajo las luces de la empresa, imponente y elegante como su dueño. Vittorio vestía una chaqueta de cuero negro y unos guantes oscuros, sus botas descansaban en el suelo mientras jugueteaba con las llaves del vehículo entre sus dedos.Cristian apareció en la entrada, con su característico porte serio y una expresión de cansancio marcada en su rostro. Como era de esperarse, llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una mochila negra colgada de un hombro. Parecía el refl