Los días pasaban lentamente en la mansión Carbone. La presencia de Derek ya no era una novedad, aunque la tensión con Sofía seguía flotando en el aire, como un gas inflamable esperando una chispa. Sin embargo, para James, la llegada de Derek fue algo diferente. En él, el niño de 11 años vio algo que no había encontrado en nadie más: comprensión, silencio, una especie de hermandad sin palabras. En Derek vio la posibilidad de algo genuino, algo que no era afectado por las expectativas de sus padres o la sombra de la mafia que se cernía sobre ellos.Una tarde, mientras James estaba en su habitación, sentado en el borde de la cama, Derek tocó la puerta suavemente. James levantó la vista, sorprendido.—¿Puedo entrar? —preguntó Derek, con un tono tímido, aunque la pregunta parecía más una excusa para estar cerca.James asintió con una sonrisa. Derek se acercó y, al verlo, notó el desorden de su habitación: libros esparcidos por el suelo, papeles, y una pila de ropa arrugada.—¿Por qué no re
PALERMO, 10:42 A.M. — EXTERIOR DEL INSTITUTO PRIVADO DANTE ALIGHIERI.El sol golpeaba con fuerza sobre las losas del patio de fútbol. James Carbone, con la camiseta ligeramente sudada y el cabello oscuro pegado a la frente, miraba a los tres chicos que lo rodeaban con una mezcla de furia y desafío. Era alto para sus quince años, pero no lo suficiente como para no notar la diferencia de tamaño entre él y los otros. Uno de ellos, el más corpulento, le empujó el hombro con fuerza.—¿Qué pasa, principito? —se burló el más alto, uno de los hijos de un empresario que había perdido mucho poder gracias a decisiones de Vittorio Carbone—. ¿Vas a llorar ahora? ¿Vas a llamar a tu papá mafioso?James apretó los dientes. Sabía lo que decían de su familia, y aunque tenía el apellido más temido de Palermo, eso no lo salvaba del veneno de los adolescentes resentidos. No era de los que se callaban, y mucho menos de los que huían.—Al menos tengo un padre —escupió James con rabia, sin apartar la mirada—
MANSIÓN CARBONE – TARDE NUBLADA.El sonido de los neumáticos sobre la grava anunció la llegada del auto negro que traía a los muchachos. La puerta de la mansión se abrió antes de que el chófer pudiera siquiera apagar el motor. Vittorio apareció en la entrada como una sombra elegante y temible, el abrigo largo colgando con peso de sus hombros, el rostro tenso. Había sido informado por uno de los escoltas del colegio, y su mandíbula seguía apretada desde entonces.James bajó primero. Tenía el labio roto, un ojo ligeramente morado y el cuello de la camisa manchado de sangre. Detrás de él, Derek salió con los nudillos enrojecidos, abiertos, aún con restos de sangre seca. No parecía arrepentido. Al contrario, caminaba como quien ha cumplido su deber.Vittorio no dijo nada al principio. Caminó hacia ellos en silencio. Sus ojos escanearon cada centímetro del rostro de su hijo biológico. James aguantó la mirada, intentando mantenerse firme, pero apenas se le tensó la boca, Vittorio lo tomó po
MANSIÓN CARBONE – COMEDOR PRINCIPAL – NOCHE.El comedor estaba iluminado por una araña de cristal que lanzaba destellos tenues sobre la larga mesa de caoba. La cena había sido servida: risotto de setas, carne asada, ensalada fresca. Pero el ambiente era todo menos apacible.Sofía, impecable en un vestido azul medianoche, entró con paso elegante y alzó la vista al ver a su hijo menor tomar asiento. Sus ojos se clavaron como dagas en el rostro de James. Se detuvo en seco.—¿Qué es eso en tu cara? —espetó, cruzando la mesa hacia él.James, que ya tenía el tenedor en la mano, alzó la mirada con un gesto resignado. Derek, sentado frente a él, tensó la mandíbula. Vittorio ni siquiera levantó los ojos de su plato.—Mamá, no empieces —murmuró James.—¡¿No empiece?! ¿Te viste en un espejo, James? ¡Estás golpeado! ¡Desfigurado! —Sofía se volvió hacia Derek de inmediato—. ¡Fuiste tú! ¡Tú lo llevaste a eso!Derek se incorporó de golpe, la silla chirrió contra el suelo. Sus nudillos vendados desca
ENTRENAMIENTO AL AMANECER – JARDINES DE LA MANSIÓN CARBONE.Las primeras luces del día se filtraban entre los cipreses que bordeaban los jardines de la mansión. El canto de los pájaros era apenas audible por encima del eco de los golpes. James jadeaba, sudando, los nudillos envueltos en vendas blancas. Delante de él, Derek se mantenía firme, aguantando los golpes con una mirada seria, concentrada.—¡Gira la cintura, James! ¡Pon el peso en el puño! —ordenó Vittorio, de pie junto al saco de boxeo que colgaba de un pilar reforzado.James obedeció, lanzando un gancho más limpio esta vez. Derek lo detuvo con el antebrazo y lo corrigió suavemente.—Bien, pero mantén el mentón abajo. Si lo levantas, te lo pueden romper de un solo golpe.—¡Como tú a ese idiota en la escuela! —rió James entre respiros.—Exacto —sonrió Derek, secándose con una toalla.Vittorio los observó, con una mezcla de orgullo y determinación. Su mirada era la de un hombre que no permitiría que nada ni nadie dañara a sus h
VIÑEDO ABANDONADO – AFUERAS DE PALERMO.El aire cargado de polvo y humedad se arremolinaba entre las columnas rotas y las hojas secas del viejo viñedo. El viento hacía chocar las puertas oxidadas de una antigua bodega vacía, como si el mismo pasado golpeara las paredes buscando entrar.Cristian permanecía quieto, la chaqueta negra abrochada hasta el cuello, las manos en los bolsillos. La brisa le revolvía el cabello oscuro. Sus ojos no se apartaban de los de Vittorio. Y aunque su cuerpo estaba firme, su respiración traicionaba una tormenta interna.—Cristian… —susurró Vittorio finalmente, con una mezcla entre incredulidad, furia contenida y algo parecido al temblor—. Estás vivo.Cristian sonrió apenas. No fue una sonrisa feliz. Fue una herida que se abrió y sangró por los labios.—Más que nunca. Y más fuerte que nunca. Me tomó años llegar aquí, Vittorio… Años para levantarme del suelo donde tu padre me arrojó. Años para convertirme en un hombre que pudiera pararse frente a ti sin temb
EXTERIOR – VIÑEDO ABANDONADO – ATARDECER.El sol comenzaba a ocultarse entre las colinas, bañando de un naranja melancólico las ruinas del viñedo. El coche negro esperaba a pocos metros del portón principal. Vittorio caminó despacio, con el rostro tenso, la mandíbula apretada, y los ojos todavía perdidos en lo que acababa de suceder.Cuando llegó al vehículo, Enzo, su hombre de confianza, salió del asiento del conductor y le abrió la puerta trasera. Pero Vittorio no subió. Se quedó de pie, mirando el horizonte con los hombros tensos.—Enzo… —dijo de repente, sin mirarlo—. Necesito que busques todo lo que puedas sobre él. Sobre Cristian Soto. Quiero saber dónde ha estado, con quién, qué ha hecho. No dejes nada fuera.Enzo se quedó en silencio un segundo. Luego, se aclaró la garganta con cautela.—Ya lo hice, señor —respondió—. Apenas supimos que alguien nuevo venía a cerrar tratos con usted, lo investigamos por precaución. Pero no sabía que era ese Cristian Soto.Vittorio giró lentamen
OFICINA CENTRAL – EMPORIO CARBONEPalermo, Italia.El despacho estaba sumido en un silencio elegante, cubierto por los cristales polarizados que dejaban ver el contorno de la ciudad. La decoración era sobria, masculina. Todo en tonos oscuros, cuero, madera negra, acero, whisky añejo. Un refugio de poder y control.Vittorio estaba de pie, junto a la ventana, con la mirada clavada en el horizonte, un vaso en la mano. Vestía traje oscuro, impecable. Llevaba la tensión en la mandíbula y un leve temblor en el pulgar que giraba lentamente el vaso entre sus dedos.La puerta se abrió con suavidad.—Señor Carbone, el empresario Soto ha llegado.La secretaria lo anunció con un tono casi ceremonial.Vittorio no giró inmediatamente. Dio un sorbo a su whisky. Solo cuando escuchó los pasos avanzar hacia el centro de la oficina, se dio la vuelta.Y entonces lo vio.Cristian Soto.Había cambiado. Ya no era aquel joven rebelde, de ojos brillantes y corazón a flor de piel. Era un hombre hecho y derecho