La mañana en la mansión Moretti transcurría como cualquier otra. La luz del sol se filtraba por los amplios ventanales del comedor, iluminando la larga mesa donde Alessandro tomaba su café negro con una expresión impenetrable. Frente a él, Isabella hojeaba una revista de moda mientras Matteo mordía distraídamente una tostada.
Sin embargo, Alessandro no podía evitar notar que una silla permanecía vacía.
—¿Enzo aún duerme? —preguntó sin levantar la vista de su taza.
—No lo he visto —respondió Isabella con indiferencia—. Tal vez necesitaba descansar… o pensar.
Alessandro no respondió. Solo bebió otro sorbo.
—Mañana se hará la fiesta benéfica en la Fundación Salvatore —dijo Isabella, cambiando el tono—. Vendrás conmigo, ¿verdad?
—Como siempre —contestó él sin emoción, y luego volvió su atención hacia Matteo—. Hijo… juegas mucho en el jardín, ¿no?
El niño de cinco años alzó la cabeza, con una sonrisa que aún no había sido ensuciada por las sombras de la vida.
—Sí, papi. Hay muchos niños.
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