VIOLA
A la mañana siguiente, me desperté presa del pánico. El sol ya estaba alto en el cielo y me quedé sin aliento cuando vi el reloj de la pared.
—¡Dios mío! Llego tarde... —murmuré mientras echaba la fina manta y saltaba de la cama.
Mis piernas, aún débiles, me llevaron por reflejo a la cocina. Mi cabeza estaba llena de pensamientos sobre la necesidad de preparar el desayuno inmediatamente. Un menú especial. Sopa de pollo, carne a la parrilla, pan integral, leche caliente, fruta. Todo tenía que ser equilibrado y nutritivo. Para Kael, que tenía que ir a trabajar. Para Kenny, que no podía llegar tarde al colegio.
Abrí la nevera de mi nueva casa con las manos temblorosas. Solo entonces me quedé en silencio. Durante mucho tiempo. En silencio. No porque la nevera estuviera vacía, sino porque me di cuenta de que ya no estaba en Phoenix.
Lentamente, cerré la puerta del frigorífico, incliné la cabeza y apoyé la frente contra su superficie. Se me cortó la respiración.
—Vio... ya no tienes q