—¡Gracia! ¡A mi oficina, ahora mismo!

Sobresaltada, di un salto antes de apurarme hacia su oficina. Una oleada de asco me recorrió el cuerpo mientras evitaba que mis ojos vagaran por cualquier superficie de su despacho.

Se sentó detrás de su escritorio y agarró un montón de papeles antes de arrojármelos. Esta vez, me hice a un lado temprano, dejando que los papeles cayeran al suelo.

—¿Quién te crees que eres? ¿Solo porque tienes a alguien enganchado de la oficina del CEO, de repente piensas que eres tan talentosa? —gritó, escupiendo saliva.

Reprimí las ganas de soltarle cómo él era quien abusaba de su poder, pero mantuve la boca cerrada.

¿Para qué?

No trabajaría aquí por mucho tiempo.

—¿De qué se trata? —pregunté, apretando las manos.

—¡¿Te atreves a señalar con el dedo el diseño hecho por los mejores arquitectos del puto mundo?! ¿Qué credenciales...?

—Yo solo le sugerí que revisaran de nuevo, señor. No señalé a nadie con el dedo —lo interrumpí.

—¿Una sugerencia? —se rió burlonamente—.