Gracia
La mirada de Esteban recorrió la figura de Tristán antes de posarse en mis piernas, en su chaqueta, y lentamente volver a encontrarse con la mía.
Sus ojos se hicieron intensos, casi prometiendo tortura y dolor. Si las miradas mataran, ya estaría muerta.
—Ah, Esteban Calderón —se levantó Tristán, con una sonrisa fría jugando en sus labios.
Esteban no apartó los ojos de mí. Me puso nerviosa y me llenó de vergüenza. Se sentía como si me hubieran atrapado haciendo algo indebido.
Pero yo no estaba haciendo... nada de eso.
Esa línea de pensamientos me puso rígida. ¡Incluso si hiciera algo mal, qué le importa a Esteban! No es como si él fuera un santo.
—Estás desesperada por el divorcio. ¿No puedes esperar a meterte en la cama de tu amante sin ningún remordimiento? —se burló Esteban, cada palabra goteando veneno.
Le dirigí una mirada furiosa. —¡Tú fuiste quien estaba desesperado por el divorcio, se te olvidó!
—Tú lo rechazaste entonces. Eras tan llorona por dejarme —se acercó más, con