Gracia
Apreté la mandíbula, conteniendo a duras penas la rabia que hacía hervir mi sangre.
—Tal vez usted conozca gente que hace ese tipo de cosas, señor Castillo, pero yo no soy como ellos. Por favor, absténgase del acoso verbal.
—¿Acoso verbal? —Gruñó, levantándose de su asiento de un salto.
Cerré las manos en puños, manteniéndome firme en mi lugar.
—Sí, señor Castillo. Es acoso verbal, está diciendo cosas que me hacen sentir incómoda.
Rodeó la mesa con una velocidad que me hizo retroceder un paso.
—¿Crees que eres la gran cosa solo porque te acostaste con alguien de arriba, no? —Se burló, acortando la distancia entre nosotros—. Pero no eres más que una de sus aventuras. A ellos les importa un carajo lo que te pase aquí abajo, porque ya te pagaron consiguiéndote este trabajo.
—¿Por qué asume que conseguí este trabajo por una razón tan vulgar? —Entrecerré los ojos, mirándolo fijamente.
Me examinó de arriba abajo, su mirada era lasciva. Incómoda, cambié el peso de un pie al otro.
De re