Gracia
Su casa era más lujosa de lo que había imaginado. Parecía un castillo sacado de un cuento de hadas, pintado de azul y blanco.
Cuando el auto se detuvo en el sendero de entrada, un hombre vestido con un traje negro de mayordomo abrió la puerta de mi lado.
Eché un vistazo al anciano antes de bajar del auto. Mi corazón latía furiosamente dentro del pecho, protestando contra los cambios repentinos en mi vida.
—Vamos, Mariposa. —Me instó Tristán, subiendo las escaleras como si fuera el dueño del lugar.
Lo cual era cierto, por supuesto.
Ignorando la extraña sensación en mi estómago, lo seguí a través de la puerta principal blanca.
Se me desencajó la mandíbula en cuanto entré. Habiendo nacido en una familia adinerada, nunca me sorprendía la extravagancia de los lugares, pero su casa era algo completamente diferente.
Cada rincón, la araña de cristal que colgaba en el centro de la sala, las paredes decoradas en azul y blanco, junto con el interior cuidadosamente diseñado... todo irradia