Killiam
Los guerreros tratan de imponer el orden y controlar a la masa que busca una explicación, o lloran porque puede que alguien querido haya sido víctima de la explosión o, simplemente, curiosean.
Eso dificulta el rescate de los heridos.
Las manos me tiemblan, y la impotencia es como un río atrapado que está a punto de romper la presa y arrasar con todo a su paso.
Así se siente mi lobo y la frustración que me consume.
Es tan injusto que mi desgracia también los haya alcanzado a ellos.
El ruido, el humo, el desastre, el calor, el fuego que aún no se ha logrado apagar, las explosiones que surgen de repente como secuelas, la sangre, los heridos y los gritos se vuelven tortuosos e insoportables.
Es como si todo eso formara un manto enorme que busca asfixiarme.
Entonces, mi lobo toma el control de mi voz.
—¡¡Cállense!! —grito alto y potente, tanto que algunos cristales se rompen y provoco un ligero temblor en las calles.
El silencio ocurre de una manera milagrosa, y suelto un largo sus