Killiam
El bar privado me refugia con su oscuridad gélida, pero comprensiva.
Su soledad no me juzga ni me bombardea con preguntas a las que no tengo una respuesta. Simplemente me brinda su espacio para que yo pueda procesar todo lo ocurrido en plena paz.
Aunque esta paz sea abrumadora.
—No lo entiendo... —balbuceo, ido—. ¿En qué momento perdí el control de mi vida, de la manada...?
—Rey alfa...
Quiero maldecir cuando escucho mi título en una voz entrecortada. ¿Por qué vienen a molestarme?
¿No me pueden dejar en paz ni un maldito segundo?
—Quiero estar solo... —mascullo, pero al parecer mi orden no tiene ningún puto valor, porque siento la presencia de quien sea que irrumpe en mi quietud.
Un escalofrío repugnante me recorre cuando se acerca, mas me siento culpable en cuanto reconozco su rostro.
Estoy tan afectado con todo este embrollo que ni siquiera había reconocido su aroma.
—No estoy de humor para más malas noticias, Kul —expreso, pues solo eso justificaría su presencia aquí.
—No