Killiam
Observo a las dos mujeres que están paradas frente a la mesa, listas para sentarse junto a mí.
¿Qué mal tan grande estoy pagando?
—¿Qué hace ella aquí, madre? —interpelo, y no disimulo mi malestar.
Me tienen harto.
—Ya deja de tratar a Morana con frialdad, Killiam —me regaña y rueda los ojos—. Acepta que ella es la mujer de tu vida, tu próxima luna.
Esto debe ser una maldita broma.
Mi cuerpo tiembla y un cosquilleo en la garganta me hace abrir la boca y estallar en carcajadas.
Río como hacía mucho tiempo no lo hacía. Madre es graciosa a veces.
—Sí, claro —mascullo con sorna, y no puedo evitar hacer una mueca de asco.
Esa mujer me resulta demasiado asquerosa para tenerla siquiera en mi presencia; ¿qué le hace pensar que obedeceré su delirio de convertirla en mi luna?
—Killiam, no es que tengas opción —refuta mi madre y se sienta en la segunda silla a mi derecha.
Morana se va a sentar en la primera, esa que queda justo al alcance de mi mano, pero una mirada de advertencia basta