Killiam
«Rey alfa, ¿qué hace?», se escucha en mi mente como un susurro malévolo, un dedo acusador, una sentencia a mi moral.
El cabello blanco no es tan sedoso como lo recuerdo. Su aroma me hace rememorar a los jacintos y las rosas, pero su esencia es distinta.
Aun así, quiero aferrarme a la idea de que es ella, de que está aquí conmigo y no en ese maldito calabozo.
Mi luna...
El sabor de su aliento se mezcla con el licor del que abusé, ese que domina cada partícula de mí de una manera que no debería.
Nunca el alcohol me había aprisionado tanto como hoy.
—Todo es mentira, ¿cierto? —quiero confirmar, escucharlo de sus labios—. Todo es un malentendido, mi luna. Perdón, tuve que dejar que te golpearan; solo así aplacaría un poco su ira y podría apelar a un juicio y no a la muerte instantánea.
—Lo entiendo... Estoy bien, estoy aquí contigo. —me susurra sobre la boca; su aliento me quema, cuán llamas tentadoras.
Pero mi lobo...
Él gruñe, ¿por qué?
—¡¡Lara!! —vocifero mientras me incorporo