Arion
Mis horas se desvanecen en la quietud del encierro, en los designios y la sabiduría de los pergaminos, y en mi exasperación al no encontrar una respuesta.
¿Estoy aburrido? No podría responder a ello, pues el rey fae poco se aburre.
Los sonidos desesperados en la puerta me sacan de mi quietud plomiza. Entorno los ojos porque sé quién es, y esa ansiedad que carga no es propia de un fae, ya que somos seres serenos y calculadores.
A veces me pregunto si Kaina es pura, porque actúa como si fuera un licántropo.
Bueno, quizás he exagerado.
Esos seres son tan impulsivos que molestan. Lo racional se les escapa y se dejan dominar por sus sentimientos bestiales y emociones tontas.
—¿El rey fae está criticando a otro ser vivo? —me autoregaño.
Exhalo un bufido cuando Kaina no solo toca con agresividad, sino que también empieza a llamarme, alterando la paz de mi estudio.
¡Qué insufrible!
—Entra —le doy permiso, y ella cruza la puerta con una velocidad poco elegante.
—¿De verdad piensas usar