Valentina
El zumbido de los helicópteros se apagó en la distancia como si la ciudad entera contuviera el aliento. La camioneta negra, blindada y sin placas, avanzaba por una carretera secundaria, bordeando montañas y curvas ocultas por la niebla espesa. En su interior, Valentina mantenía la mirada fija en el horizonte, pero sus manos temblaban levemente sobre su falda.
—Todo saldrá bien —dijo Tomás, desde el asiento del copiloto—. El protocolo funcionó.
Valentina asintió en silencio. Sabía que tenía que mantener la calma. No por ella. Por lo que venía. Por los que aún quedaban. Por los que se habían ido.
El atentado no había sido una advertencia esta vez. Había sido una sentencia. Un coche bomba camuflado como entrega de paquetes. Unos segundos más tarde en salir, y no estaría respirando.
—¿Cuánto falta? —preguntó ella, sin mirar a Tomás.
—Menos de una hora. Ya cruzamos la última verificación. Este lugar no está en ningún mapa. Ni siquiera a nombre tuyo.
Ella respiró hond