La luz de la mañana del lunes se colaba por los ventanales de mi taller, pero se sentía diferente a la de cualquier otro día. No era la misma luz que el sol le había dado al departamento de Dumas, pero aun así, tenía una calidez que me llenaba de energía. El dolor de espalda y el cansancio en mis manos se habían esfumado. Por primera vez en meses, sentí que mi cuerpo me daba las gracias por el descanso que le había dado.
La semana anterior había sido un infierno. La confrontación con Lucas y sus padres, el sentimiento de pánico, la vergüenza, todo me había abrumado. Pero ahora, sentía una calma que no podía explicar. Quizás era el beso de Dumas, o el hecho de que me había quedado dormida en su hombro. Lo cierto es que tenía una nueva fuerza, una nueva luz que me guiaba, y no tenía nada que ver con la desesperanza que Lucas había dejado en mí. Era una nueva esperanza, una nueva luz que me guiaba a un mejor lugar.
Tomé mi café matutino con una sonrisa. Estaba sentada en mi escritorio, v